Un mensaje a la comunidad - del Dr. Pablo Polischuk

En este tiempo de crisis, la incertidumbre, la ansiedad y el estrés expresan y reflejan nuestras reacciones al impacto del coronavirus, haciéndonos conscientes de nuestra precariedad y fagilidad humana ante el desafío pandémico que se nos vino encima. Tal vez es más difícil enfrentar o estar preparado para luchar contra un enemigo invisible – el coronavirus– que enfrentar un enemigo visible. La ansiedad, en general, se relaciona con la carencia de información veraz y confiable, la incapacidad de predecir nuestra seguridad presente o futura; y la incapacidad de controlar totalmente las contingencias que ocurren fuera de nuestra voluntad. Es difícil reconocer que un virus minúsculo originado en una región remota a nuestro suelo se ha propagado a través de la globalización social y ha causado (y causa) tantos estragos devastadores. El haber sido sujetos al decreto de la cuarentena total, y ser deprivados de la libertad que usualmente tomamos por sentado… nos hace sentir atrapados, nerviosos, temerosos e inseguros por un lado, pero también nos hace conscientes de nuestra condición humana, nos obliga a reconocer nuestras limitaciones y recapacitar acerca de nuestra fragilidad ante la adversidad. Esta crisis puede hacernos humildemente sobrios en lugar de adoptar una postura necia o arrogante; puede aumentar nuestra dependencia de Dios en lugar de cuestionar su carácter o presencia; puede tornarnos en personas mancomunadas, pacientes y bondadosos hacia nuestro prójimo en lugar de buscar egoísticamente cómo salvar nuestro pellejo; aún cuando practiquemos la distancia social, seamos unidos en mente y corazón, y confiemos en el Dios vivo y presente en estas circunstancias, quien prometió que su paz sobrepasará nuestro entendimiento precario y guardará nuestros corazons y mentes en su paz. La ansiedad se relaciona a la falta de conocimiento cabal acerca del enemigo invisible, de lo impredecible de sus avances, o de la falta de control de sus maniobras destructivas. Como antídoto a nuestra ansiedad y nuestros temores, captemos el hecho que Dios sabe lo que nos pasa, tiene nuestro futuro inmediato en sus manos, predice nuestro futuro eterno, y permanece en control de todas las contingencias impredecibles que nos acosan, aún cuando no entendemos por qué sufrimos de estas peripecias. En lugar de un espíritu esclavizante de temor, Dios nos ha prometido su espíritu de poder, de amor, y de dominio propio, para que seamos capaces de manejar nuestra ansiedad y nuestros temores. Echemos nuestra ansiedad sobre el, porque el tiene cuidado de nosotros. Aunque el mundo fuera de nuestra piel se derrumbe, mantengamos la actitud que siendo empoderados por Dios, el mundo dentro de nuestra piel pemanece en control, en fe y conifianza, en calma y paz, bajo el dominio del Espiritu de Dios.

Debido a la cuarentena, hemos clausurado nuestras reuniones después de tantos años de habernos congregado en nuestras comunidades. En realidad, no hemos cancelado a la iglesia; hemos cerrado los edificios donde la iglesia se congrega. Durante esta crisis, practiquemos la distancia social recomendada y funcional, para así contribuir al proceso de “aplastar” la curva ascendiente que describe estadísticamente los estragos del coronavirus. Sin embargo, nosotros somos la iglesia viviente de Cristo, y podemos mantenernos unidos en comunión, sea virtual o imaginalmente como “presencia en ausencia”, teniéndonos alojados entrañablemente en nuestras mentes y corazones, permaneciendo unánimes –aún a la distancia– en este tiempo de incertidumbre, ansiedad y desasosiego comunitario y social. “El Señor está cerca, por nada estés afanosos, sino que con oración, ruegos, y acción de gracias, haced notorias vuestras peticiones. Y la paz de Dios que sobrepuja todo entendimiento guardará vuestros corazones y vuestras mentes…. El Dios de paz estará con vosotros” (Filipenses 4:5-9).

©Ftiba

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