¿Cómo entendemos el juicio de Dios sobre los creyentes? - Por el Dr. Arturo Kim

- Una mirada del pasaje 1 Pedro 4:12-19 a la luz de Malaquías 3, Ezequiel 9, Isaías 24:27 y Apocalipsis 6-7

Introducción
En las Santas Escrituras, “el día del juicio final”, “los últimos días”, o “aquel día” apunta a una misma realidad: se trata del momento escatológico en el que el Mesías esperado, Jesucristo, retorna con poder y gran gloria para consumar aquello que fue inaugurado cuando Él mismo “vino y habitó en medio de nosotros” (Juan 1:14). Será en aquel día cuando los muertos resucitarán, tanto justos como injustos y, juntamente con los vivos, serán juzgados ante el trono de Dios para determinar su destino eterno: el cielo o el infierno.
Lo que en principio se entiende como una realidad escatológica correspondiente a los últimos tiempos y por ende futuro, en 1 Pedro 4:12-19 parecería realizarse en tiempo presente; esto es, se entrevé una interacción entre lo presente y lo futuro en la que aquello que está supuestamente reservado para “más adelante” se manifiesta en este mismo momento. Esta aparente conjunción de realidades presentes en un mismo término confunde al creyente; uno se termina preguntando cómo es que lo porvenir se entromete en lo concurrente. Más aún, esto trae a colación preguntas que merecen ser aclaradas en miras de tener uno correcto entendimiento del obrar de Dios en la historia de la humanidad: (1) ¿qué implicancias conlleva que el juicio de Dios previsto para lo futuro se haga presente hoy? (2) ¿cómo explicamos que el creyente concurra junto con el no creyente en un mismo juicio? Son estas cuestiones las cuales procuramos responder sucintamente en el siguiente tratado.
1 Pedro y su contexto
La carta presenta una realidad explícita en los creyentes de la diáspora: los cristianos están sufriendo por causa de su fe en Cristo Jesús. El tipo de sufrimiento experimentado por los lectores se entiende de dos maneras: algunos afirman que se trata de una persecución formal del gobierno romano –lo cuál dataría la epístola en la época de Domiciano aproximadamente –, mientras que otros creen que se trata de una persecución esporádica, es decir, sin una organización o agenda detrás de ella, un conflicto del tipo personal que no habría escalado al punto de amenazar al cristianismo en su totalidad, aunque sin duda alguna habría sido causal de dolor para los recipientes de la carta (Jobes: 2005, 9-10; Archteimer: 1996, 34-35; Grudem: 1988, 37-38).
Independientemente de la posición tomada, el propósito de lo escrito es el mismo: exhortar a los creyentes a mantenerse firmes en la fe en medio de la dificultad. Como cristianos, deben estar dispuestos a sufrir estas injusticias y sobrellevarlas con un estilo de vida que sea acorde a los pasos de su Maestro y Salvador, Jesucristo, quien asimismo ha sufrido de la misma que la que ellos sufren. Jesucristo es, entonces, tanto el ejemplo de los cristianos que viven fielmente su fe aún en medio de las dificultades, como el precursor de aquellos que sufren y que en el final serán vindicados por Dios en el día final.
El justo y el injusto participan en un mismo juicio
Pedro les exhorta en el 4:12 a que no se sorprendan por la prueba de fuego que les llegase a acontecer. La palabra “prueba de fuego” (πυρώσει πρὸς πειρασμὸν, purosei pros peirasmon) alude a Malaquías 3:1-6 en el que el Señor mismo anuncia el juicio que caerá universalmente sobre justos e injustos. Malaquías 3:2 afirma lo siguiente: “¿Pero, quién podrá soportar el día de su venida? ¿Y quién podrá mantenerse en pie cuando El aparezca? Porque El es como fuego de fundidor y como jabón de lavanderos” (LBLA: 1998). Es en Malaquías en donde vemos que el juicio de Dios traerá una doble consecuencia: por un lado, tenemos a aquellos que serán purificados, “refinados como a oro y plata” (3:2), mientras que los hechiceros, adúlteros, perjuros y opresores serán enjuiciados (3:4). Es interesante ver la misma dinámica traspuesta en el contexto de nuestro pasaje: sin duda alguna, tanto justos como injustos pasarán por la misma prueba de fuego, y es en esta misma prueba en la que los cristianos son llamados a regocijarse (1 Pedro 4:13).
Ezequiel 9 es otro de los pasajes a los cuales alude nuestra perícopa (Grudem: 1988, 189). En este observamos cómo el Señor llama al “vengador” para que hiera a la ciudad de Jerusalén y no perdone a ninguno de sus habitantes. La diferencia respecto al pasaje anterior es que, en este caso, los fieles han sido librados del juicio venidero; estos son aquellos que “gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella” (9:3), los cuales han sido sellados por Dios para marcar que quedan exentos de la ira venidera, como así sucedió en diversos momentos de la historia del pueblo de Dios (9:4; cf. Éxodos 12; Josué 2:18-21; 6:22-25; Block: 1997, 307).
Otro pasaje al que hace eco la carta de 1 Pedro es Isaías 24-27, el llamado “apocalipsis de Isaías” (Clowney: 1988, 48). Estos capítulos son el clímax de la sección correspondiente al juicio de Dios sobre todas las naciones (13-27), en el cual se vislumbra “el juicio del Señor sobre toda la tierra y los humanos en general” (Sweeney: 1988, 51), coronando así los argumentos expuestos en el 13-23. Las proclamaciones hechas en estos pasajes tienen ciertamente tintes escatológicos: no se trata de un juicio inmediato, sino el juicio que se llevará a cabo en “los últimos tiempos”. En el 24:6 se afirma que “pocos hombres queda[rán] en la tierra”, exponiendo la gravedad del juicio y el alcance de la destrucción. Sorprendentemente, no habla de una destrucción total, sino parcial: se deja entrever que algunos serán salvos, pocos, sí, un remanente, pero que a contramano de lo que sucede con el resto de la creación enjuiciada, “alzan sus voces y gritan de júbilo… por la majestad del Señor” (24:14). Este remanente glorificará a Dios desde el occidente hasta el oriente, dando a entender la universalidad del pequeño grupo de salvados (24:13-14). La multietnicidad del coro de adoradores es confirmado en los vv 6-7 en donde se afirma que “el Señor de los Ejércitos preparará en este monte para todos los pueblos un banquete de manjares suculentos” (25:5, énfasis mío; ver Carroll: 1999, 121).
Notamos así cómo en las narrativas mencionadas, existen puntos en común y otros en discordia: (1) primero, concuerdan en que se llevará a cabo un juicio escatológico en el que el Señor juzgará a todas las naciones de la tierra; (2) segundo, entienden que tanto justos como injustos sufrirán este enjuiciamiento de Dios sobre el mundo entero, aunque en ciertos pasajes se entrevé que los justos serán protegidos y hasta eximidos; (3) tercero, se entiende que la salvación está reservada para el pueblo de Dios (los fieles de Judá y Jerusalén) como así lo afirman Malaquías 3 y Ezequiel 9, mientras que en Isaías 24-27 la invitación se extiende hacia todas las naciones.
Una mirada al libro de Apocalipsis
El Apocalipsis ciertamente toca las temáticas mencionadas: (1) la soberanía de Dios en toda la historia de la humanidad que culminará en “el día del juicio final”, día en que Jesucristo vendrá con poder y gran gloria y derrotará a todo aquello que se le oponga (Apocalipsis 20:1-15); (2) la creación entera levantándose en adoración al Rey de Reyes y Señor de Señores (7:1-17); (3) el fin del sufrimiento del creyente, ya que “toda lágrima será enjugada de sus ojos” (21:4).
Mucho se ha debatido sobre cómo entender la progresión de los hechos de los capítulos 6, 8-9, y 16, en los que se presentan la tríada de las plagas de Dios que traerá sobre esta tierra: los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas. Una manera de interpretar los hechos descritos es la de entender estos acontecimientos como no consecutivos, no literales, y no futurísticos. En términos más sencillos, las plagas mencionadas serían una descripción de los sucesos que se están viviendo hoy día, sucesos que marcan, por un lado, el comienzo del juicio de Dios a partir de la muerte y resurrección de Cristo, y por otro, el anuncio de que Cristo vendrá pronto sin mediar señales adicionales. Es así que la tríada de plagas se podría llegar a entender como una recapitulación de la misma realidad sucedida desde diversos enfoques, los cuales están divididos por interlapsus que exponencian el punto del autor. Por caso, en el capítulo 6 tenemos una descripción de primeros seis sellos en el que se anuncian las plagas sufridas tanto por inconversos como por creyentes. La nota que sobresale es precisamente el hecho de que los juicios de Dios caen sobre ambos bandos, justos e injustos, creyentes y no creyentes, salvos y no salvos; vemos así que el justo sufre también la mano de Dios que decrea lo existente antes crear todas las cosas de nuevo (Apocalipsis 21). No obstante, en medio del juicio hay esperanza: en el interlapsus del capítulo 7 se describe la multitud de adoradores sellados de todas las naciones (véase arriba) que elevan un cántico nuevo al Señor por la salvación provista. En lo redaccional, este mensaje se interpone antes de comenzar la segunda tríada de plagas –trompetas –; en lo cronológico, el capítulo siete apunta a una realidad consumada cuando los cielos y la tierra ya han sido recreados. ¿Cuál es entonces el punto de Juan para esta primera serie plagas? El apóstol describe una realidad presente de los cristianos en la que se exhorta mirar hacia la esperanza futura: “ciertamente sufriremos la decreación junto con la humanidad inconversa, ciertamente estaremos bajo el mismo juicio de Dios, pero ciertamente tenemos esperanza en la gloria venidera”.
Entendemos también como el libro de Apocalipsis toca la misma temática que lo expuesto en Isaías, Ezequiel y Malaquías (así como todo el AT), pero esta vez desde la perspectiva del Mesías ya revelado: Juan hace una descripción de los sucesos acaecidos luego de la muerte y resurrección de Cristo que repercuten en la vida del cristiano hoy, el cual pone su esperanza en la Segunda Venida de Cristo, “el día del juicio final”.
El juicio de los justos e injustos en 1 Pedro
Volviendo otra vez a 1 Pedro, hallamos en el v 17 que “el juicio comienza por la casa de Dios”. Como hemos notado en los pasajes observados, tanto justos como injustos pasarán por la misma realidad de juicio, por lo que 1 Pedro no contradice lo conocido, sino que lo confirma.
Ahora bien, la palabra “juicio” (κρίμα, krima) puede traer ciertas confusiones al lector moderno, ya el término puede llegar a ser entendido como “condenación”. No obstante, la palabra juicio, en su aspecto neutral, implica evaluación (Grudem: 1988, 188), la cual puede llegar a devenir en una resolución positiva (absolución o vindicación) o negativa (condenación). Naturalmente, el término “juicio” conlleva matices condenatorios cuando el Señor mismo se levanta en contra de los pecadores: el proceso no llegará a buen término para aquellos que se han rebelado contra su Creador.
En el caso de 1 Pedro 4:17 nos encontramos con Dios “enjuiciando a su propio pueblo”, de hecho, “comenzando por ellos primero”. Sabemos que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (κατάκριμα, katakrima), por lo que ciertamente el pueblo de Dios no caerá bajo la condenación (Romanos 8:1); notemos como la preposición kata a la ya mencionada palabra krima adjudica este matiz acusatorio, significando una pronunciación de culpablidad y/o penalidad al infractor (BDAG: 2000, 518). El juicio de Dios (krima) es emparentado con el “fuego de prueba” del v 12, lo cual habla de una intromisión de lo escatológico en nuestro presente; esto confirmaría que los sufrimientos del creyente vienen a consecuencia del juicio universal que Dios trae sobre este mundo en su programa decreatorio. Estos sufrimientos del creyente son los dolores del parto antes de la llegada del Creador: es parte de lo anunciado en Apocalipsis a través de la tríada de plagas. La palabra usada en “fuego de prueba” es peirasmos (πειρασμός), lo cual puede traducirse en “prueba” o “tentación” según el contexto. Popularmente se reconoce como “tentación” cuando Satanás está detrás del conflicto, mientras que se entiende como “prueba” cuando Dios es el agente. No obstante, tal diferenciación es argüible, dado que no siempre la línea se puede trazar con facilidad (ver la llamada “tentación de Jesucristo” en Mateo 4:1 en donde Jesús es llevado por el Espíritu para ser tentado por el diablo). Probablemente el matiz del significado tenga que ver más con la naturaleza de la relación entre los actores, y no tanto en su origen: en nuestra perícopa, se entiende como “prueba” por el hecho de que el Señor es quien está probando a aquellos que profesan su fe. Esta prueba tiene un carácter “refinador” (Malaquías 3; Ezequiel 9), que llevará al creyente a afianzar su fe al ver que, por un lado, supera la prueba, y por otro, que efectivamente su fe es genuina (BDAG: 2000, 793). Precisamente el juicio de Dios sobre su casa tiene este segundo propósito: desenmascarar a los que profesan una fe que no poseen; “el justo con dificultad se salva” indica que ciertamente el “verdadero justo” se salvará”, no así los falsos creyentes (Jobes: 2005, 293). El tercer propósito del juicio de Dios ya no está dirigido al creyente, sino al impío: este será condenado irremisiblemente.
Conclusiones y aplicación a nuestros días
1 Pedro 4:12-19 nos alumbra respecto a esta verdad vivida por el creyente: hasta que le toque partir y presenciar la gloriosa presencia de Dios, el creyente deberá pasar por diversas pruebas y sufrimientos que tendrán un efecto refinador en este proceso de santificación: por un lado, le permitirá crecer en la salvación y ser conformado a la imagen de Jesucristo así como lo fue llamado a ser; por otro lado, las pruebas afirmarán sus pasos, confirmándole una y otra vez que la esperanza venidera le es pertinente tanto para él como todos aquellos cuya ciudadanía está en los cielos, y no en esta tierra.
Un entendimiento correcto de la creación de las nuevas cosas y la decreación de esta tierra nos llevará a tener una fe menos exitista y más cristocéntrica, ya que no tapamos nuestros ojos a las realidades presentes en las que creyentes piadosos sufren en todas partes del mundo; tampoco insinuaremos que el creyente “será librado de toda enfermedad”, ya que ciertamente el creyente sufrirá junto con el impío en esta vida terrenal y hasta tanto el Señor termine de decrear todas las cosas. Por último, el creyente apreciará los sufrimientos temporales presentes, ya que, si bien no disfrutará el dolor infringido, entenderá que en los designios del Dios de la historia todas las cosas llevan a bien, incluso el fuego que refina el corazón del verdadero profesante de la fe cristiana.

©Ftiba

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